Año Nuevo y Propósitos viejos; entre ellos el de recuperar mi olvidada bitácora cervecera tras un par de años de cierto bajón blogero. Y que mejor idea que recuperarlo con un clásico entre los clásicos: la (ya no tan) mítica Westvleteren XII.
Mi historia con esta cerveza tiene dos capítulos bien diferenciados. En 2010, unos amigos que residen en Bruselas me regalaron la guía Lonely Planet de Bélgica y Luxemburgo, invitándonos a mí y a la familia a ir a visitarlos. Como somos de los que vamos allá donde se nos invita, en 2011 nos presentamos allí. Con los deberes hechos (me leí todas las páginas de la guía referentes a la cerveza) nos lanzamos a la caza de la por entonces, complicada de encontrar Westvleteren XII, reina indiscutible de RateBeer en aquellos tiempos. La verdad es que no nos costó demasiado econtrarla en una de las múltiples tiendas que venden cerveza en la capital (aunque en teoría no se podía revender en tiendas y había que conseguirla en la propia abadía. De aquel momento, nos queda un gran recuerdo... y una foto.
Superado el reto de "probar la mejor cerveza del mundo", guardamos la anécdota en el baúl de los recuerdos hasta el año siguente, en el que los monjes de la abadía decidieron emerger en los mercados especulativos y lanzaron una edición limitada que mi amada mujer me regaló para mi cumpleaños.
Así llegó a nuestras manos el famoso pack de Westvletern XII con sus dos copas para compartir entre dos personas; regalo que me entusiasmó.
Desde entonces, en ocasiones muy especiales abría una de estas maravillas para disfrutarla con toda la tranquilidad que se necesita.
Este pasado fin de semana, para celebrar que tras un accidente aún sigo teniendo todos los dedos de la mano, decidí abrir la última que me quedaba, y que llevaba en el trastero desde junio de 2011, prácticamente 7 años de guarda.
Esperando que el paso del tiempo en un lugar no del todo apropiado para su conservación no hubiese hecho mella en tan preciado caldo, abrimos la botella. En seguida nos inundaron los aromas a frutas rojas maduras, malta dulzona y especies, con un arrullo alcohólico que prometía un trago largo y disfrutón.
Al primer trago se disuelven las dudas: sigue cojonuda! A medida que se va calentando en copa, el alcohol va temperando el ánimo y el sabor de la cerveza se instala en cada una de las papilas gustativas con plenitud de sabor.
Algo más de una hora después, apuramos el último trago, dando fin a una pequeña historia cervecera que permanecerá en mi memoria hasta que el señor alemán nos permita.